jueves, 30 de marzo de 2017

Qué es escribir

Hoy quiero escribir sobre algo distinto. Recientemente he estado leyendo la última novela de Carlos Ruiz Zafón, El Laberinto de los Espíritus. Como siempre el autor da mucho espacio para el análisis de su obra. Leyendo me di cuenta de muchos trucos que da la obra para no sólo resultar entretenida, sino cobrar vida.

Carlos consigue algo que no consiguen todos los autores. Personalidad. Y no la suya, si no la de la obra. El narrador es la herramienta sobre la que se basa esta afirmación. Cuando lo leemos podemos pensar "vaya, el autor ve con muy buenos ojos X movimiento político. Debe de apoyarlo". Pero de lo que no nos damos cuenta en el primer vistazo es de que no es Carlos quien habla, sino Alicia, la protagonista de la obra. O Fernandito, o Vargas, o Daniel, o Fermín....

Porque a pesar de estar narrada en 3era persona esta obra tiene un narrador que se ve influenciado en todos los parámetros por el protagonista del capítulo narrado. Normalmente el lenguaje contendrá algunos cultismos y tecnicismos debido a que Alicia, personaje principal, es una persona muy bien formada y habituada a tratar con jefes altamente exigentes en sus estándares. La prosa es elegante, extendiéndose en largas descripciones cuando por primera vez se adentra en una nueva localización y la detective se detiene, su mente trabajando frenéticamente en resolver el misterio del contexto, desmontar el puzzle de la vida misma. Pero cuando empieza la acción, cambia. Las frases se acortan. Los adjetivos desaparecen. Aparecen más verbos. Actúa con velocidad.

Y siguiendo a Fermín, el viejo asesor literario, el narrador hará referencias a la literatura clásica. Hará observaciones ácidas sobre el vulgo que le rodea y se perderá en sus pensamientos a menudo, reflexionando sobre la futilidad humana y la esperanza improbable que la domina.

Este cambio en el narrador no es explícito en absoluto. Tardé personalmente 100 páginas en darme cuenta de esto. Pero una vez lo comprendí, me atrapó. Alicia ya no era sólo la imagen de Zafón, era alguien vivo. Me hizo reflexionar. ¿Cuántos libros he leído pensando que el autor me había escrito una carta cuando en realidad mantenía un diálogo con un protagonista?

Escribir es crear vida. Es dar lugar a algo nuevo. Cuando el autor escribe comienza siendo él mismo. Sin embargo el buen autor se abandona a medida que avanzan las páginas. Conoce a sus personajes como buenos amigos. Cuando la página en blanco le mire, burlona, resistiéndose a abandonar sus infinitas posibilidades, el autor se girará y preguntará a sus hijos "¿Y tú qué harías en esta situación?". Y así no es el autor el que escribe la novela, es la novela quien se presenta ante él.

Escribir es viajar. El autor en numerosas ocasiones tendrá que salir de sí mismo. Porque Tolkien no ha recorrido las apacibles calles de la Comarca antes de recorrerse todo Nueva Zelanda, pero Frodo sí. Tolkien, a fin de retratar la vida del hobbit, se hizo su compañero de viaje. Perdió el aliento cuando escuchó el himno élfico a Elbereth Githoniel. Sollozó desesperado al ver caer a Gandalf junto al Balrog. Perseveró cuando todo parecía perdido y la Compañía, dividida, temblaba en la ignorancia de un futuro adverso.

Pero todos los personajes recorrieron el camino del héroe. Las pruebas fueron duras. El mundo entero se enfrentaba a la Compañía, pero no pudieron detenerse. En su camino Frodo se enfrentó a dudas, a lagunas, a falta de inspiración. El mundo le pedía que mantuviese los pies en el suelo, pero Tolkien prefirió volar, viajar fuera de sí mismo y recorrer un mundo que muchos más recorrerían con él. Silenciosos acompañantes del sueño de un hombre que se atrevió a creer.


Porque escribir, al final, es crecer. Leer un párrafo que te habla al alma es algo maravilloso. Escribirlo es un acto de madurez. Atravesar la vida y plasmarla en una página requiere de un proceso de autoconocimiento, de asimilación y de cruda sinceridad. Plasmar un mal romance es fácil. Plasmar el dolor de las dudas, el miedo de los celos y el éxtasis del beso cobran vida en el alma del lector cuando el autor está en paz consigo mismo. Cuando habla de sus propias experiencias con el alma quieta, sabiendo que sus errores pasados le han convertido en lo que es ahora. Que por triste que haya resultado el viaje el camino sigue siendo hermoso.

Y el acto último de crecimiento es la extraordinaria empatía que desprende el autor extraordinario. Porque para escribir sobre un personaje vivo debes conocerlo perfectamente. Debes comprender sus emociones, sus motivos, sus alegrías y sus penas. Debes saber que no es perfecto, que te decepcionará en ocasiones. Que no siempre será quien tú querrías que fuera. Que ve el mundo de otra manera. Escribir sobre este personaje implica que has abierto tu mundo al de otras personas. Es un ejercicio de amor pues, si podemos comprender a la perfección a nuestro personaje, podremos, con un poco de esfuerzo, comprender con más cariño a nuestro prójimo.



Escribir es algo hermoso, y ojalá algún día sea capaz de hacerlo a ese nivel.

Un saludo a todos,

El Friki Pedante.

1 comentario:

Her Story, My Story, Our Story

Toda historia tiene un comienzo, un desarrollo y un fin. A lo largo de la historia a menudo nos hemos preguntado qué define exactamente el ...